La primera versión de mi columna la escribo siempre a mano. Necesito tener un lápiz o un bolígrafo entre los dedos para dar sentido al impulso inicial de los pensamientos. Trazar así el curioso bordado que habita en mi propia caligrafía. Me gusta recrearme en las formas de las letras que aprendieron a dibujarse en aquellos cuadernos de mi niñez. Todavía recuerdo los palotes repetidos, esas líneas que teníamos que copiar y se torcían, el esfuerzo de mis pequeños dedos trazando las formas de las letras.
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